
“¡1, 2, 3, ¡muro!”. Si siguen a la selección española masculina de baloncesto, seguro que han escuchado esta frase en multitud de ocasiones. Se trata de la consigna que los distintos integrantes del equipo nacional suelen entonar, a voz en grito, cuando están a punto de saltar a la cancha a disputar uno de sus partidos. La proclama puede hacer referencia a la buena defensa que acostumbra a exhibir España. También, y de ahí parece ser que viene la expresión, al muro, literalmente, que se saltaba hace años, a escondidas y para hacer piña saliendo de marcha, en el hotel de concentración entonces habitual en San Fernando (Cádiz). E incluso, si nos ceñimos a la más estricta actualidad, a la fortaleza que este grupo deportivo y humano viene mostrando últimamente a la hora de hacer frente a una serie de adversidades para nada menores en términos de salud mental.
Sentirse privado de ella ha llevado a uno de los capitanes y máximos referentes de La Familia, Ricky Rubio, a abandonar, de momento sine die, el deporte de la canasta. La noticia cayó como un jarro de agua fría entre propios y extraños, puesto que el regreso del base NBA ilusionaba sobremanera a todos de cara al próximo Mundial, en el que Sergio Scariolo y sus pupilos defienden título. Pero el MVP del oro de 2019 ha decidido ponerse a sí mismo por delante de todo lo demás, encontrándose con un apoyo excepcional. Generalizado, pero sobre todo entre sus compañeros de veranos gloriosos.
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Decir que le entienden mejor que nadie podría parecer una frase hecha, pero lo cierto es que es así. En la época reciente, los internacionales baloncestísticos españoles han demostrado, más que nunca, que sienten y padecen. Son héroes en la pista, pero también personas normales y corrientes fuera de ellas: tras sufrir problemas de una gravedad considerable, han sido capaces de sobreponerse y competir a tan alto nivel como siempre.
Rudy y Abrines: los casos más duros
En 2019, Rudy Fernández recibió una de las peores noticias que se le pueden comunicar a uno en esta vida: a su padre se le había detectado un tumor cerebral. El mazazo fue tal que el hoy capitán del combinado español llegó a plantearse renunciar a todo. Cosa que no hizo precisamente por su progenitor. “Él me obligó a prometerle que nunca diría que no a la llamada de Scariolo si me veía en condiciones de aportar algo al equipo”, cuenta el balear en el prólogo de El oro inesperado, el libro oficial del Eurobasket de 2022. Un título que se ganó con Rudy al frente del vestuario, apenas cuatro meses después de que Rodolfo Fernández sénior falleciese tras su larga enfermedad.
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El jugador del Real Madrid también acudió al Mundial disputado el año en el que comenzó su calvario personal. Y, al igual que ocurrió el pasado septiembre, regresó con la copa debajo del brazo. En un ejercicio de entereza que ya protagonizó en su día Felipe Reyes, al que le pasó exactamente lo mismo, hizo de tripas corazón y encontró consuelo en su familia baloncestística. Las lágrimas, en algún momento, fueron inevitables. Pero el coraje, a la par que cumplir con los deseos paternos, pudo mucho más.

Es el caso de otro mallorquín, Álex Abrines, el que más semejanzas puede tener con el de Ricky. Su aventura estadounidense terminó de forma abrupta: los Oklahoma City Thunder, en los que jugaba desde 2016, decidieron cortarle en febrero de 2019 por “motivos personales”. Él mismo relató qué fue lo que sucedió: “Era un sueño todo lo que estaba viviendo, pero exploté. Empecé a dejar de disfrutar. Y en un mes me pegó un bloqueo que no podía salir a la pista. Decidí apartarme del equipo y empezar a recuperarme mentalmente con profesionales. Saber que en una semana o un mes tendría que volver a viajar con el equipo me generaba mucha ansiedad, y pensaba que no podría superar esta enfermedad de la depresión y la ansiedad sin dejar el equipo y dedicarme a mejorar mi mente”.
Debido a todo esto, Abrines decidió aparcar el baloncesto durante casi seis meses, hasta que regresó al Barça. “Muchas veces he pensado en tirar la toalla. Me decía a mí mismo que encontraría otras maneras de inspirarme y sacar lo mejor de mí. Pero nada ni nadie me ha calado tan profundo como tú. Así que me he armado de valor para acabar con esta pesadilla. Y lo he conseguido. He recuperado la sonrisa, las ganas de verte y de volver a pasar una y mil horas juntos. Estimado balón, he vuelto”, expuso al oficializar su vuelta.
#Queridobalón🏀 pic.twitter.com/AWnh5JDxeq
— Alex Abrines (@alexabrines) July 3, 2019
Las lesiones de Llull y el susto de Brizuela
Sergio Llull es otro miembro destacado de la absoluta curtido sobremanera en tumbar las adversidades. Ninguna mayor que la que tuvo que afrontar en 2017, que opositaba a ser el mejor año de su carrera y acabó dejándole sentimientos encontrados: unos muy buenos hasta un fatídico 9 de agosto y otros más agridulces a partir de entonces.
En plena gira de preparación del Eurobasket, el menorquín se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha en Tenerife. La peor lesión de su vida le tuvo en el dique seco ocho meses y medio, hasta abril de 2018. Una dolencia de tal índole habría podido llevarse por delante, física y mentalmente, su trayectoria. Sin embargo, Llull dio una clase magistral de superación en todo momento.

Cinco años después, la sonrisa tampoco se borró de su rostro a pesar de quedarse, otra vez, a las puertas de jugar un Europeo con sus amigos. En 2022, fue una lesión muscular en el abductor de la pierna izquierda, ante Islandia, la que le dejó sin gran torneo. Al menos, en cuerpo, que no en alma: se le tuvo más que presente en la posterior competición y fue uno más en la celebración, ya en Madrid, de la gesta de Berlín. Aunque se le ofreció vivir en directo la machada, El Increíble prefirió seguirla, como un espectador más y reservando los focos a quienes sí podían jugar, desde casa.
Este mismo 2023, Darío Brizuela ha tenido su dosis particular de resiliencia. Todo fue un mal sueño, pero en plena Copa del Rey, que acabaría conquistando con Unicaja, no pudo contener más las emociones. “Han sido los peores días de mi vida. Mi hijo está en la UCI, está bien. Se ha recuperado. Dudé si venir, pero mis compañeros me convencieron. Todo lo malo que tenía dentro ha salido”, confesó a pie de pista en Badalona, nada más liderar a los suyos hasta las semifinales.
Estábamos a mediados de febrero: Bruno, el bebé del nuevo componente del Barça, había nacido un mes antes y se encontró con complicaciones de salud repentinas que le llevaron a ser sometido a una operación intestinal. Todo salió bien, con el añadido de que Brizuela pudo dedicarle el éxito. Las muestras de cariño de esos días nunca se le olvidarán. “Como padre prometo recordarle que él nació en Málaga, que ahí es y será siempre muy querido y que tenemos una deuda con la ciudad y su gente”, escribió al hacer las maletas rumbo a la Ciudad Condal.

Son los episodios más notorios y ejemplarizantes del talento que también atesoran los chicos de Scariolo para solventar las dificultades que poco o nada tienen que ver con lo estrictamente baloncestístico. El muro que contraponen a las mismas es tan o más rocoso que el que les ha conducido a la gloria deportiva. A la par que el mayor estímulo del que puede servirse ahora Ricky Rubio para ganar, como a buen seguro que hará, su propia batalla.
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